jueves, 24 de julio de 2008

EL COLECCIONISTA, por los tres Cabrones

Compilado VI

Acaba de caer en nuestras manos un incunable de la puta ostia. Se llama “2000 anécdotas de hombres célebres”, está compilado por un tal Pablo Schneider, fue editado por Guadalupe (Buenos Aires) en el año 1955 y es un verdadero alud de pequeñas genialidades que te van embriagando el cerebro una detrás de la otra sin parar.
Aquí, la primera de una serie de compilaciones (seguimos con la tradición de 10 en cada entrega) que integrarán, esporádicamente, las filas del “Coleccionista”.

· Sófocles (495-406 a.C.), el más célebre de los poetas trágicos griegos, contaba en cierta oportunidad que tres de sus versos le habían costado tres días de trabajo. “¡Tres días!”, exclamó un poeta mediocre que lo estaba escuchando. En ese mismo lapso yo hubiera compuesto cien. “Es cierto, respondió Sófocles, pero no habrían vivido más de tres días”.

· El poeta italiano Petrarca (1304-1374) escribía muchos de sus versos en el chaleco de cuero que llevaba puesto. Los bordes y las mangas de esa prenda de vestir hallábanse llenas de anotaciones.

· Dante Alighieri (1265-1321), el poeta más grande de Italia, nació en Florencia. Debido a algunas injustas acusaciones fue desterrado del suelo florentino. Murió en Ravena, donde se conservan sus restos en la Iglesia de San Francisco. Cada vez que los florentinos piden a los de Ravena los restos del poeta, éstos responden: Si no supisteis guardarlo en vida, menos os lo entregaremos muerto.

· Durante el tiempo que estuvo preso (1572-1576), Fray Luis de León fue un perfecto modelo de resignación cristiana. Luego de proclamarse su inocencia, puede decirse que su retorno a Salamanca adquirió contornos de triunfo, pues “no hubo persona, ni en la universidad ni en la ciudad toda que no saliese a recibirlo”. Se dice que al reanudar la exposición de sus clases, y cuando todos esperaban que desahogaría su natural violento contra los detractores, comenzó con esta famosa frase: “Decíamos ayer…”
Sublime fórmula del olvido evangélico de los agravios, y reflejo evidente de la grandeza y elevación de su alma.

· El poeta y filósofo inglés Alexander Pope (1688-1741) había criticado repetidas veces, en sus artículos periodísticos, las inútiles discusiones de los parlamentarios. Cierto día, al cruzar una calle, se encontró con uno de esos parlamentarios a quienes habían sido dirigidas sus críticas. Éste, al ver al poeta, que era de pequeña estatura y contrahecho, exclamó con tono despectivo: “¡Quisiera saber para qué sirve este hombre deforme!”
“Para obligaros a caminar derecho”, respondióle el poeta sin inmutarse.

· David Hume (1711-1776), filósofo, historiador británico y autor de la “Historia de las revoluciones de Inglaterra”, recibió por esta obra diez mil libras esterlinas que le permitieron retirarse a Edimburgo, su ciudad natal.
Su editor le solicitó, en varias oportunidades, que continuara ese trabajo que había empezado a publicar, pero Hume encontraba siempre excusas para no hacerlo. Como el editor siguiera insistiendo, alegando que los lectores reclamaban la terminación de esa “Historia…”, Hume le contestó: No puedo acceder a sus deseos por cuatro motivos: porque soy demasiado viejo, demasiado gordo, demasiado perezoso y demasiado rico.

· Después del estreno de “Oreste” la mariscala de Luxemburgo le escribió a Voltaire una carta de cuatro páginas llenas de observaciones críticas sobre su drama. Voltaire le contestó con una sola línea: “Señora, Oreste se escribe sin “h”.

· El escritor y crítico alemán G. Efraín Lessing (1729-1781), relató en cierta ocasión la siguiente anécdota a sus amigos: “Aquella noche fue de mala racha para nosotros. Sólo uno ganaba. Todos los demás perdíamos continuamente”. Entonces uno de los presentes sugirió: “¿Por qué en vez de apostar por el dinero no jugaban por el honor?” “Así lo hicimos al principio, pero después nos pareció demasiado poco y aumentamos la base en dos monedas de oro”, terminó diciendo Lessing.

· Un inglés fue a Escocia para conocer el lugar de nacimiento del historiador Thomas Carlyle, preguntando a uno de aquel lugar si había conocido personalmente a ese hombre. “Sí, sí, dijo el campesino, siempre viajaba a Londres y escribió muchos libros. Pero usted debería haber conocido a su hermano. En todo este distrito nadie tenía chanchos tan gordos como él.

· El publicista francés Montesquieu (1689-1755) era sumamente ordenado y prolijo. Después de su muerte encontraron todas, aún las más insignificantes: cartas, tarjetas de visita, láminas, todo. En una caja hallábase escrita la siguiente leyenda: “Restos de cordones completamente inútiles”.

Esta última anécdota fue seleccionada especialmente para honrar a nuestro querido y difunto proveedor, el doctor Raúl David Halfón, un viejito solterón que vivía en pleno Palermo y tenía una suculenta biblioteca llena de extravagancias, entre las que se encontraba el libro que aquí hemos presentado.
Además de incansable lector, el hombre era uno de esos coleccionistas acérrimos que compran cosas compulsivamente, nunca las usan y jamás se desprenden de las mismas. Hace un par de semanas, y con el consentimiento del hijo de su eterna enamorada, el honorable Daniel Burdman (amigo incondicional de los bufones), revisamos el departamento y encontramos de todo: una ecléctica colección de zapatos para hombre, otra de discos de pasta, de peines, de pipas, de llamadores de puerta, de cámaras de foto, ¡hasta una colección de Winkofones! y un largo, largo etcétera. Como hiciera Montesquieu con su correspondencia, Halfón jamás tiró ninguno de sus periódicos y, al mejor estilo de los “restos de cordones completamente inútiles”, tenía una caja llena con, por lo menos, 200 maquinitas de afeitar descartables sin usar…

Todo un personaje don Raulito. Décadas de ardua acumulación hicieron de su guarida personal un museo secreto e inverosímil, por y para él mismo.
Así y todo, la vida se abre camino; y como dice el viejo dicho: “colecciona y acumularás, que cuando mueras de todo aquello algún cabrón se aprovechará”.

Salud y mucho amor, tres de esos cabrones.

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