viernes, 29 de agosto de 2008

EL COLECCIONISTA, por Niko Gadda Thompson

Compilado X

Largamos esta décima edición del Coleccionista con un compilado re power sobre pintores. Y sucede que estos tíos no sólo son pintores sino que son pintores renacentistas, y no sólo son pintores renacentistas sino que son los mejores pintores renacentistas: Donatello, Leonardo Da Vinci y Miguel Angel.
Queríamos al menos una de Rafael para completar así a las cuatro tortugas ninja, pero no conseguimos ninguna que le hiciera justicia y el caprichito no era lo suficientemente grosso como para traicionar a nuestro refinado gusto. Así que optamos por otro ilustre contemporáneo conocido entre sus pares como el “Veneciano”.
Aquí, sin más, los dejo con estos maestros de la tela, tipos increíbles que si viviesen hoy seguro serían amigos de Mick Jagger y almorzarían langosta en sus islas privadas y esas cosas:

· Andrés del Verrocchio era artífice, pintor, tallador y músico. En su taller y bajo tan excelente maestro hizo Leonardo da Vinci (1452 – 1519) sus primeros aprendizajes. Cuenta la leyenda que encargaron a Verrocchio una tabla que representara a San Juan bautizando a Cristo. Leonardo pintó en la misma tela un querubín que sostenía sus vestidos, y era tan perfecto y sobresalía de tal manera que avergonzado Verrocchio de que un aprendiz lo aventajara de ese modo, renunció a la pintura.

· En el año 1503 creó Leonardo su inmortal retrato de Monna Lisa, esposa de Francesco dal Giocondo. La encantadora sonrisa de esta señora había fascinado al artista y él quería eternizarla, fijándola en el lienzo para la posteridad. Por eso hizo rodear a su modelo por cantores y artistas para alegrarla y hacerla reír. Dicen que consideró alcanzado su propósito después de muchos años de trabajo.

· El célebre Leonardo pintaba “La Última Cena”, obra cumbre de su genio pictórico, y hacía un tiempo que estaba buscando un modelo adecuado para la noble figura de Cristo. Un día vio en el coro de una iglesia a un joven llamado Pedro Bandinelli, cuyos rasgos principales tomó para el Cristo de su cuadro. Dos años más tarde recorría Leonardo una de las calles de mala fama en busca de un modelo para Judas. Al fin descubrió a un joven cuyos rasgos revelaban la perversión completa. Cuando el artista quiso empezar a pintar, el joven se echó a llorar amargamente. Se reconocía en el Cristo de la Cena: se llamaba Pedro Bandinelli.

· Donatello fue hombre de confianza de los Medicis, ordenando todas las antigüedades que ellos tenían en su palacio. Vasari dice de él: “Era desprendido, amable y cortés; más atendía a sus amigos que a sí mismo; jamás le interesó el dinero y el suyo lo guardaba en un cesto colgado del tablero en que trabajaba, y de donde todos sus amigos y ayudantes sacaban según sus necesidades.

· Miguel Angel (1475 – 1564) era rico, pero vivía como un mendigo; era famoso, pero trabajaba como si tuviera que empezar la lucha. Dormía pocas horas y se levantaba temprano, trabajando hasta muy avanzada la noche. La luz de su estudio se apagaba siempre tarde, luz que era rara pues la había inventado él. Cansado de cambiar siempre el lugar de la vela que echaba sombras, se hizo un bonete de un material duro con un agujero en el medio. Allí metía la vela y podía trabajar sin interrupción.

· Un amigo de Miguel Angel le observó cierto día que sus estatuas de conocidas personalidades no les eran suficientemente parecidas, como por ejemplo la de los Medicis.
- Pierda cuidado, le contestó el maestro; después de mil años ya nadie se dará cuenta.

· Con ánimos de darles una buena lección a los críticos “indiscutidos” de su entorno y época, Miguel Angel hizo una vez una estatua magnífica, le dio cierto barniz de antigüedad y, después de romperle un brazo, la enterró en un sitio donde se iba a edificar. Poco tiempo después, al comenzar los cimientos del futuro edificio, encontraron la estatua que fue la admiración de todos. En opinión de los peritos, aquella era indiscutiblemente una obra de Fidias. Llegó entonces Miguel Angel con el brazo que faltaba y lo aplicó a la estatua, y al ver que se ajustaba exactamente, todos tuvieron que reconocer que era obra suya.
Pronto comenzaron a escasear las alabanzas y a multiplicarse las críticas.

· Miguel Angel Buonarrotti es una de los más grandes artistas de la humanidad. A él debemos la cúpula de San Pedro, los frescos de la Capilla Sextina, su majestuoso David y su inigualable Moisés. Muchos años después de la muerte de este genio, se descubrieron dos figuras en la barba de esta última escultura: una, la del Papa Julio II, quien fuera su protector; la otra, un retrato de él mismo.
El Moisés impresiona por su soberbia figura y su fisonomía irritada que encierra energía y voluntad. El mismo Miguel Angel, al ver su obra maestra terminada la cual parecía tener alma y vida, exclamó: ¡Habla! Y, entusiasmado, golpeó con el martillo que aún tenía en la mano, una rodilla, y por poco la partió.

· El inmortal pintor veneciano, cuyo nombre rima y es Ticiano (1477 – 1576), había dado un banquete. Cuando los invitados supieron que en su preparación había gastado poco, se burlaron de él y de su fiesta. El pintor decidió vengarse, entonces invitólos a una segunda fiesta. Todos acudieron, esperando que fuera más brillante que la primera. A la hora de la comida vino Ticiano y pronunció estas palabras: “Vosotros no apreciáis la reunión amable sino el costo de la fiesta. ¡Mirad! Aquí tengo yo una túnica, regalo del Emperador Carlos V y que vale 5.000 ducados (algo así como el triple en los dólares de hoy en día), y este cuadro recién terminado.” En ese instante echó ambas cosas al fuego. “Espero, continuó, que ahora estéis contentos con la fiesta y sus gastos. Ya podéis iros. Ha terminado.

· Ticiano pintaba, poco antes de morir, cuadros que rivalizan con los de su mejor época. Ejemplo de ello es “La coronación de espinas”, una de sus obras más importantes. Estaba entonces tan présbita que después de varias pinceladas debía retroceder un poco para ver el efecto de su trabajo, lo que le molestaba mucho. Un día lo encontró uno de sus discípulos muy triste. “Amigo, le dijo, temo que me estoy poniendo viejo”. Acababa de cumplir los 98 años.

Unos grossos de verdad. No como tanta gilada actual que se la da de guapa pintando manchitas de colores y mariconadas por el estilo. En fin, basta de sermonear al mundo como si el mundo me estuviese escuchando.

Salud y mucho amor, Niko.

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