martes, 28 de octubre de 2008

EL COLECCIONISTA, por Niko Gadda Thompson

¡Ah, los matasanos!

Una tribu muy especial si las hay en este mundo. ¡Y muy ecléctica también! Están los pobres y los ricos, los altruistas y los interesados, los luchadores y los oportunistas, los versados y los verseros, los que son humanos y los que son demasiado humanos.
Aquí, pues, les va este homenaje a todos los médicos honestos y honorables que se han roto el culo la vida entera salvando al mundo de los resfríos, las fracturas y los taponazos en nuestras sangrientas tuberías. A ellos gracias por prolongar nuestra existencia y cobrarnos por hacerlo hasta dejarnos tiesos. Gracias por darnos esperanza, salud y alguna que otra infección intrahospitalaria. Gracias y de nada. Los queremos pero ojo con sobremedicar ansiolíticos y antidepresivos, que la billetera engorda pero más engorda la locura.
A mis viejos, especialmente. ¡Ellos sí que son legales!

· Coué, cuyos enfermos debían convencerse que estaban cada día mejores, preguntó un día a uno de sus asistentes cómo seguía el paciente.
- Mal, le contestó el médico.
- Nunca debe decir esto. Diga: el enfermo cree que está mal.
A la otra mañana se dirige Coué al asistente y le hace idéntica pregunta, a lo que éste le contesta: “El paciente cree que está muerto”.

· Un médico extranjero visita un sanatorio de Viena. Con mucho interés mira todo y lee también las tablas en las camas de los enfermos, las diversas enfermedades y sus abreviaciones, como Tbc, Appac, etc. Todo lo comprende bien, menos una que dice G.A.W. Pregunta entonces al asistente que le acompaña qué es lo que quieren decir tales iniciales.
- ¿Se trata tal vez una nueva enfermedad?”
- No, señor. Eso significa: “Sólo Dios sabe” (Gott allein weiss).

· El viejo decano Kerzl fue durante muchos años médico de cabecera del emperador Francisco José. Su trabajo no era mucho, dad la salud férrea del Monarca. Kerzl se limitaba cada mañana a saludar al emperador; siempre era recibido por éste, quien le ofrecía un sillón y un buen cigarro. Conversaban un poco hasta que entraba un ministro con una cartera rande, y entonces Kerzl se despedía con una profunda reverencia.
Un día apareció Kerzl como de costumbre, pero el empleado no quizo dejarle entrar, diciendo: “Su majestad no puede recibir hoy al médico porque se siente indispuesto y guarda cama.

· La Academia de Ciencias de Londres había negado la recepción en su seno al botánico y médico H. Hill. Éste se vengó de una manera muy singular. Bajo el nombre falso de un médico de provincia, envió a la Academia una carta en que decía: “Un marinero se quebró una pierna. Casualmente estuve presente. Junté bien las partes quebradas, las vendé con una piola y eché agua alquitranada encima. Después de poco tiempo pudo servirse el marinero de su pierna como antes”.
Mucho se discutió en caso en la Academia; unos estaban a favor, otros en contra. Hasta en los diarios se habló de tales discusiones.
Hill envió entonces otra carta a la Academia que rezaba así: “En mi anterior misiva he olvidado aclarar que la pierna del marinero era de palo”.
Ahora todo Londres reía y se burlaba de la Real Academia de Ciencias, de la cual M. Hill nunca llegó a ser “digno”.

· Un comerciante muy rico pero muy avaro, se presentó en el consultorio del insigne Dr. Knittel. Antes el cliente había averiguado cuánto cobraba el famoso médico por cada consulta: por la primera pedía 20 pesos, y por la siguiente 10. El avaro saludó al doctor como si fuera u viejo paciente ya conocido y le dijo: “Aquí estoy otra vez, Doctor. Tiene que examinarme de nuevo hoy”.
El médico se dio cuente de la astucia del hombre y lo examinó con toda seriedad, diciendo luego: “Amigo, siento mucho que no haya mejoría en su estado.”
Confuso, preguntó el paciente: “Y qué debo hacer, doctor?”
Knittel le dijo: Siga con el mismo tratamiento que le di la última vez.
Después le cobró los 10 pesos, y al despedirse le dijo: “Que se mejore pronto”.

· El célebre médico Frereichs hallábase en una reunión. Su vecina de mesa, una dama muy distinguida que conocía bien los méritos del gran médico, quiso consultarle gratis en esta ocasión. Con muchos detalles le contó el proceso de su enfermedad, y luego le preguntó: “¿Qué me aconseja en este caso, doctor?”
A lo que el interpelado contestó con toda tranquilidad: “Vaya a consultar a un buen médico”.

· S.F. Cristián Hahnemann (1755-1843), fundador de la homeopatía, recibió un día la visita de un rico caballero inglés que necesitaba sus consejos. El ilustre médico lo escuchó, abrió después un frasquito y se lo puso cerca de su nariz, diciendo: “Tome el olor. Bien, está curado.”
El asombrado cliente preguntó cuánto le debía, y Hahnemann dijo: “Mil francos.”
El inglés sacó su cartera, tomó un billete de mil francos y se lo puso al médico debajo de la nariz, diciéndole: “Tómele el olor. Bien, está pagado.”
Y se fue.

· Mientras comía pescado, le queda al señor Miller una espina en la garganta. Rápidamente llaman al médico de la familia, el Dr. Berdenhever. Miller está en peligro de asfixiarse. Urgentemente acude el famoso especialista y con un gesto acertado extrae el “corpus delicti”. Gran alegría reina en la familia, y el señor Miller está entusiasmado con el médico. Lo acompaña hacia el coche y al abrirle la puerta le pregunta cuánto le debe enviar por su trabajo. “Mire, le dice el médico, la tercera parte de lo que usted estaba dispuesto a pagar cuando tenía la espina adentro.

· El Dr. Kussmaull (1822-1902) fue llamado para asistir una señora enferma que estaba bastante grave. Encontrase en casa de la paciente con el médico de la familia y unos cuantos parientes que, como sabía, esperaban una buena herencia. El médico los hizo salir a todos menos a su colega, y examinó detenidamente a la mujer.
Al retirarse el Dr. Kussmaull, uno de lo presentes le preguntó cómo seguía la enferma. El médico dijo: “Prepare con cautela a la familia… la señora pronto estará bien.”

· El famoso profesor de anatomía de Munich, Rüdinger, encontró un día a un estudiante que trabajaba con un bisturí muy poco afilado, reprimiéndole por esto. El estudiante se sintió ofendido y le dijo con cierta burla: “No entiendo nada de afilar cuchillos o navajas. Yo no he sido barbero (Rüdinger lo había sido antes).”
“Ya lo creo, replicó el profesor, si lo hubiera sido, lo seguiría siendo hoy.”

· EL célebre Pasteur tuvo una cuestión enojosa con Paul Cassagnac, duelista veterano, quién envió al sabio sus padrinos. Estos lo encontraron en su laboratorio, dedicado a efectuar un experimento con triquinas.
“¡Ah! ¿Ustedes me traen un desafío del señor Cassagnac?”, preguntó Pasteur sonriendo.
“Muy bien. Como yo soy el desafiado, tengo el derecho de elegir las armas, y elijo éstas.”
Así diciendo mostró a los padrinos dos trozos de salchicha perfectamente iguales.
“Uno de estos trozos contiene gran cantidad de triquina, el otro, no. Como ven, son iguales de aspecto y no se puede distinguir una de otra. El señor Cassagnac elegirá uno y se lo comerá y yo comeré el otro.
Cuando Cassagnac recibió la propuesta, su ira se apaciguó. Renunció al singular duelo y se reconcilió con Pasteur.

· El célebre médico francés Dr. Dumoulin estaba por morir. Varios colegas se hallaban presentes. De pronto se dirige a sus amigos y les dice: “Amigos míos, les dejo aquí después de mi muerte, a tres grandes médicos.”
Todos querían saber quiénes eran estos famosos médicos. Entonces Dumoulin continuó diciendo: “Estos médicos son el agua, los ejercicios y el régimen.”


Salud y mucho amor, Niko

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